Confieso que había empezado a escribir este post casi en simultáneo con su inauguración. Quería que fuera el que diera el puntapié inicial al blog, pero los demás temas fueron más fáciles y la reflexión me ha llevado meses (y continúa). Sé que aún no quedará completa ni terminará de explicarlo todo, pero no quería dilatarlo más. La pregunta es ¿por qué hemos decidido educar en casa? Me parecía importante dejarlo plasmado aquí en el blog.
Las razones son varias, a ver si soy capaz:
… hemos decidido educar en casa simplemente por probar. Con mi marido decimos que es por un año (y así han pasado ya los primeros 3, desde el nacimiento). Este año ya nos tocaría oficialmente escolarizarlos en un «cole» o en «sala de 3», así que este es oficialmente el primer año en el que hacemos la prueba. Nos gustan los retos y los desafíos nuevos.
… hemos decidido educar en casa porque nos ha costado mucho formar una familia, y los niños crecen tan de prisa que deseamos aprovechar al máximo todo el tiempo que podamos para estar juntos.
... hemos decidido educar en casa porque queremos ser protagonistas y no espectadores en la educación de nuestros hijos.
….hemos decidido educar en casa porque queremos una educación integral y de calidad, atendiendo a sus necesidades y respetando su singularidad.
….hemos decidido educar en casa porque hoy por hoy es el modelo que mejor encaja con nuestro estilo de vida.
… hemos decidido educar en casa porque (estas dos se la tomo prestada a Paloma)
.….porque pensamos que los primeros años del ser humano son especialmente «sagrados» y hay que cuidarlos mucho.
….porque nuestros hijos necesitan y desean estar junto a nosotros.
Finalmente (y aunque la lista no acaba)
… hemos decidido educar en casa porque entendemos que Dios nos ha dado la convicción de que en este momento particular de nuestra vida, esta es nuestra forma de cambiar el mundo.
Como dije, la lista no está completa, intentaré ir agregando argumentos a medida que surjan.
Me gusta también las razones que explica mi amiga Silvi. Creo que podría tomar prestadas cada una de ellas y hacerlas mías.
A efectos prácticos, en nuestro caso la decisión terminó de caer por su propio peso cuando nos dimos cuenta de que en Septiembre cuando empiecen las clases, no estaremos en España. Y pensamos: Nuestros niños no tienen experiencia alguna de cole (nunca han ido a la guardería); Cuando lleguemos en octubre, la adaptación ya habrá pasado (todos los niños ya se conocerán y conocerán a sus profesores, quedando los míos en desventaja); Obligatoriamente los separarían de clase por ser gemelos; Y aunque no es obligatoria la escolarización a esa edad, la jornada sería demasiado extensa para ellos. Los argumentos fueron sumando (además de los más filosóficos) y decidimos no matricularlos. Como diría Laura Mascaró: «una cálida sensación de estar en el camino correcto disipa mis (nuestras) dudas y mi (nuestro) nerviosismo inicial» (Enseñar a Pescar, p. 18)