Querido verano del 2018:
No sé dónde dejaste mi pequeña palabra para este año (¿dónde estás, «LESS»??). Claramente «less» ha sido «MORE» para ti. El no tener vacaciones, a diferencia de otros veranos, ya de por sí te ha hecho diferente. ¡No hemos parado! Nos has hecho recibir amigos en casa desde Argentina, País Vasco (acampada incluída en ambos casos) Catalunya, Granada y EE.UU. Nos has invitado a pijamadas, picnics y pesca con amigos. Nos has llevado de escapada al país vecino (¡Hola, Porto querida!), y un viaje internacional (Chicago, I love you!). Se te ha ocurrido que celebráramos el cumple del padre de la casa con acampada familiar, nos has llevado de boda a Madrid y de vuelta al pueblo donde nacieron los niños… Nos has dado algo de playa (no mucha, la verdad, pero no me quejo) y mucha piscina. Una comida popular con la gente de la aldea y tiempo con los vecinos, escuchando sus historias ya aprendiendo. Has sido nuestro primer verano en esta casa, hemos disfrutado del huerto, del jardín, de las noches estrelladas, de San Juan… Nos has dejado continuar mejorando nuestro nido (sí, ya sé que has dejado algunas obras para que se encargue el 2019… pero al menos nos has hecho terminar el salón). Y por último, nos has dejado como broche de oro hacer CAMINO de SANTIAGO en familia! Has sido un verano increíble y te estoy muy agradecida. Estoy segura que de los 18 veranos, TU en especial, el verano del 2018, serás seguramente uno de los que recordaremos con más cariño. Nos has quedado grabado en el corazón.
Querido verano del 2018, has sido un verano lleno, intenso, pero al mismo tiempo te he sentido lento («slow», como dicen ahora). Has sido un verano de más en vez de menos. «MORE»; pero sólo porque te has llenado de las cosas correctas: la proporción justa de trabajo, descanso, amigos, familia, aventura, rutina, conexión, soledad, cotidianidad, lecturas, puestas de sol y noches estrelladas y todo lo que nos has brindado. Tengo el corazón lleno y me cuesta resumir lo que has significado para mí. A nivel profesional y personal, también te has portado muy bien. Me has regalado la nueva página web, el libro de Hospitalidad traducido y publicado, me has dado tiempo para estar con amigas, para visitar al osteópata y hasta para ir al teatro y visitar los tejados de la Catedral. No me puedo quejar. He podido cumplir mi manifiesto al completo. De nuevo, ¡GRACIAS!
Querido Septiembre (o querido Otoño, o querido nuevo curso, como quieras que te llamemos!), por todo lo dicho debo decirte que llego a tí un poco desencajada. No creo estar del todo preparada para recibirte. O mejor dicho, para llegar a ti. Me han dicho que «el alma necesita tiempo para llegar a un lugar, cuando viajamos a alguna parte.» Y yo creo que es verdad. Septiembre, debo confesarte: mi alma aún no ha llegado. O quizás aún estoy llegando también con el cuerpo. No sé si en cuerpo, en alma (o en ambas) pero aún no he llegado del todo, Septiembre. Necesito un poco más de tiempo. Aún no sé si estoy lista para horarios, para listas, para menús semanales, para ser la mamá taxi, para hacer malabarismos con los estudios de los niños, el trabajo, la casa y las actividades fuera de ella. ¿Y cuándo entra el tiempo para las amigas, la pareja, el ejercicio y el hacer «nada»?
Por eso hoy he hecho las dos cosas que mejor sé hacer:
- Escribir: esta carta es mi ofrenda. Mi intento de «entrar» en la esta estación, en el nuevo ritmo. Acéptala como una tregua, y sé amable conmigo.
- Orar: He salido a caminar- pues dicen que la «oración encarnada en el cuerpo» nos ayuda a llegar a donde queremos llegar- y le he contado a Dios cómo me siento y todo lo que me pasa. El me ha dicho: «Cállate y déjame amarte. Permanece lo suficientemente quieta como para sentir mi abrazo.»
Tengo que decir que ambas me han ayudado. Me siento un poco mejor; un poco más preparada.
Te despido, verano del 2018 con un fuerte abrazo y una profunda gratitud.
Te recibo, otoño de 2018, con todo lo bueno que tengas para darme a mí y a mi familia.
Hermoso!!!
GRACIAS JOH!!