Esta es sin duda mi foto preferida de cuando era pequeña. Allí estoy yo, sentada en el suelo del salón de mi primera casa casa (bueno, ya me había mudado una vez pero no lo recuerdo pues fue cuando era bebé), vestida con básicos: pantalón y jersey azul oscuro, camiseta blanca y zapatillas (hay cosas que nunca cambian, ¡ja!), con una sonrisa de oreja a oreja junto a mi máquina de escribir verde petróleo.
Tendría unos 8 años, casi la edad que tienen mis niños ahora. Y estoy jugando a ser escritora. Era uno de mis juegos preferidos (el otro -se imaginarán -era jugar a la mamá o a la «casita»). Pasaba horas copiando mis libros preferidos en puño y letra, e inventando historias en la máquina de escribir. La foto está movida, no tiene buena calidad y con el tiempo se manchó un poco, pero le tengo un cariño especial pues habla de mis deseos, dones, talentos, pasiones, intereses que desde tan corta edad comienzan a asomar en el carácter de la mayoría de los niños.
La historia es que había perdido esta foto (o no recordaba tenerla entre la selección que hice cuando dejé la casa de mis padres y más tarde cuando me cambié de país). Hace unos años, mientras participaba de una conferencia, nos propusieron como ejercicio hacer una caminata de oración: un recorrido por diferentes paradas o estaciones, cada una de ellas con una pregunta para reflexionar, o una acción para realizar, o un texto para leer y meditar… En una de estas paradas, la propuesta era sentarme en una silla, cerrar los ojos e imaginarme de pequeña, jugando. Y la pregunta era: ¿qué me traía alegría? Cerré los ojos y allí me vi jugando con mis muñecas, dando la vuelta a la manzana con mi carrito. Y acto seguido en mi mente apareció esta foto. La recordé tal cual, pero con una nitidez brutal. Y empecé a llorar y entendí que de alguna u otra manera había estado -durante años- enterrando un deseo, un talento, un don dado por Dios. Y que era tiempo de desenterrarlo. Hago la historia corta para decir que al volver a mi casa lo primero que hice fue buscar esta foto y enmarcarla como inspiración para mi espacio de trabajo. Y lo segundo fue empezar a tomarme en serio (todavía hay días en los que me cuesta!) esto de escribir. Empecé un blog en el que contaba lo que íbamos viviendo con mi esposo (estábamos viviendo en Milwaukee en aquel momento) y al mismo tiempo empecé a gestar la idea del libro de Adviento… El resto de la historia ya la conocéis: este blog y mis dos libros que hoy son una realidad.
Esta semana empecé a leer un libro que me recomendó una amiga:
y dice algo así como: «Cuando tratamos de vivir sin ejercitar nuestros dones artísticos, podemos sentirnos inquietos y vacíos. (…) Si hemos descuidado el desarrollo y uso de los talentos que Dios nos ha dado, nos sentimos incompletos, insatisfechos, inconclusos e incluso deprimidos» (…) Tal vez siempre has pensado que era demasiado arrogante creer que tenías un talento digno de ser compartido.» Janice Elsheimer propone reclamar la visión de Dios para nosotros como sus artistas.»
Y Thomas Merton agrega: «Nuestra vocación no es simplemente ser sino trabajar juntamente con Dios en la creación de nuestra propia vida, nuestra propia identidad y nuestro propio destino.»
En eso estamos. En este camino. En este proceso.
Esta semana Marina de Solo para Mí nos invitó a compartir una foto de cuando éramos pequeñas y explicar la historia detrás de la foto. Me pareció una linda oportunidad para contar la mía. Gracias Marina!
Espero que te sirva de inspiración. Te invito a reflexionar, como me invitaron a mí hace unos años:
Siéntate en una silla, cierra los ojos e imagínate de pequeña, jugando. ¿Qué te traía alegría? ¿Qué te trae alegría hoy?¿Qué pasó? ¿Necesitas desenterrar un talento? Empieza hoy dando el primer paso.